Galloping Foxley, de Roald Dahl

Cada uno de los relatos inesperados de Roald Dahl es una sorpresa en sí mismo. Leídos en su conjunto, la sorpresa se multiplica exponencialmente, porque la variedad es tal que, predispuesto el lector a esperar algo similar por el cuento anterior, el que se inicia va por un camino tan diferente (y efectivo) que su efecto se multiplica.
Galloping Foxley es un relato en apariencia inocente, que encuentra su significación en el final, convirtiéndolo en otra cosa, en una pesadilla para el narrador y en una humorada cruel por parte del lector. Pueden ustedes leer el relato en los enlaces al pie de esta entrada; lo que sigue puede llegar a descubrir demasiadas cosas sobre el argumento, de manera que yo de ustedes volvería aquí después de leído el cuento. Están avisados.
William Perkins, quien narra, es un abogado de éxito típicamente inglés. Él mismo describe sus hábitos regulares, mantenidos a lo largo de los años. Tan regulares que se han convertido en idiosincráticos. Es "su" estación de tren, "su" andén, "sus" compañeros de viaje, "su" compartimento. hasta que un día en el andén aparece un personaje que instintivamente se le hace odioso. Atractivo, demasiado para su gusto. Vestido con elegancia, pero una elegancia ostentosa. Y tal vez ese disgusto se incrementa por cierta familiaridad que detecta en el individuo. Hasta que finalmente cae en la cuenta. Se trata de Bruce "Galloping" Foxley, el prefecto de su sala de estudios cuando Perkins tenía doce años; y en calidad de prefecto, tenía derecho de baja justicia sobre todos los estudiantes a su cargo.
Perkins recuerda las humillaciones, los bastonazos, las incontables vejaciones que Foxley le infligió (lo cual también nos dice algo sobre el sistema educativo del internado británico). Y ahora, cuando él ha triunfado y se halla a salvo del despotismo de Foxley, lo tiene ante sí, lo tendrá ante sí día tras día. A su merced. Libre para contar en voz alta sus insoportables cualidades a sus compañeros de viaje, reforzando el vacío que éstos ya le hacen y convirtiendo el trayecto diario de Foxley en una humillación que tenga que soportar o bien tenga que escapar de ella, dejando de nuevo "su" tren sin profanar, no sin antes haber recibido una parte de lo que merece. De modo que, para sorpresa de sus compañeros de viaje, que desaprueban toda relación con el intruso, Perkins se inclina para presentarse a Foxley...
Y ahí surge el final de la historia, demoledor, de un humor negro inigualado por sus implicaciones, un final tan bien preparado por la narración que lo ha precedido que es insuperable. Un final que hace que toda una continuación de la historia surja en la mente del lector.
Porque ésta es otra de las virtudes de Dahl. Sus relatos entran en una complicidad tal con los lectores que el autor sabe perfectamente que puede contar con ellos para culminar su obra. Es una rara virtud, que pocos escritores poseen y que Roald Dahl consiguió una y otra vez, en una maestría argumental y una mesura narrativa que hacen de estos relatos algo único.

(Galloping Foxley)
En Cuentos de los Inesperado
Ed. Argos Vergara
Barcelona, 1981 [1953]

Existe reedición en Editorial Anagrama

Texto en castellano de Galloping Foxley
Texto en inglés de Galloping Foxley

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